Hoy por la tarde, cuando esa misma tarde cayó, incliné mi balanza para hacer un conteo de las batallas perdidas, quizá solo he ganado 2, el día que nací, y el día que alguien me hizo ver lo vanal que ha significado todo para unos cuantos. Tengo miedo a eso, y todo lo que no esté en el guión, tengo miedo a alejarme demasiado, y perder a cada uno de los aliados de esta interminable guerra con tra el desamor, contra la rebeldía injustificada, y los villanos que nunca han dejado de serlo.
Me siento en el papel de un hombre de 21 años, que intenta crear una existencia en base a batallas logradas por otros, con una soberbia increíble por decir que todo está bien, y que no hay método alguno para impedir que las cosas malas ganen terreno, mas que con arte y música. Odio con muchas ganas todo ese licor regado con una injusta visión de las cosas, odio los cigarros consumidos con el afan de crear una atmósfera de confort, odio mas aún las pláticas enajenadas que solo provocaron en mi subconsciente, mas basura que será un poco difícil de olvidar.
Estoy agotado, sé que mis días sufrirán una necesaria reflexión que me orillará solamente a reivindicar la postura que tengo hacia el mundo. Quisiera quitarme la venda y dialogar con mi mente y la poca esperanza que me queda en que las cosas, muy cautelosamente cambiarán.
Quiero volver al mundo de Quiet City, donde podía ver cine indie, y no traficar con el salario de ningún hermano, donde solo existía John Cassavetes y mi única aspiración era un examen de ingreso. Allí con todos los contrastes reside mi antiguo yo, que solo se interesaba por recortar imágenes y pegarlas en cuadernos cualquiera, que quería entregar al mundo, una pequeña dosis de la locura de baja calidad, pero que mostrar los dotes de querer comer al mundo. Allí andaba yo, navegando entre espejuelos, queríendole mostrar a todos, que puedo mas que el viento. El mundo desde entonces, se desvorona y se complica, ya no está Almodovar que en la preparatoria me hacia suspirar, ya no está Alicia que me inspira a ver lo bello con el contraste del horror, ahora solo hay papeletas y un intento muy sutíl por querer cambiar al mundo desde los números y no desde el arte. Oh dulce melancolía, dame las llaves que quiero conducir el auto que me lleve a algún lugar lejos de esto al ritmo de la música jazz que siempre me hace sonrerir y llorar.
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