Una vieja canción de Band Of Annuals suena en la bocina de un bar, el cantinero, un tipo que conozco desde que nací, me mira sirviendo otro trago, sabe cuales son las medidas de mi temperamento, sabe hasta que momento colocar frente a mí, la última copa que desquicia mi alegría y a veces mi pena.
Ese hombre es mi padre, y todas las noches duerme con los tragos que nunca se ha tomado, con las aventuras de humildes pasajeros de una barra infinita a las emociones, al cansancio de la pérdida, del dolor, de la laegría y del olvido. No hay nada mejor que estar en un lugar como esos, con una vista al centro de la ciudad, y al centro de un universo pequeño y paralelo a tu existencia.
Mi vida hace unos meses, era tan distinta que no recuerdo las diferencias con la de mi ahora, aceleraba tanto el auto que dejé menospreciado al paisaje. Me encerraba con la música francesa que inundaba la casa, Israel, Inglaterra y Francia eran las naciones favoritas de mi hogar, eran las estaciones donde se escuchaba todo tipo de lenguaje, de momento, de aire. Era comer y ver televisión, escribir y fotografiar la vida dura de allá fuera...